(Imagen de Ana
Jiménez)
Una vez más comparto
una magnífica entrevista de Ima Sanchís para La Contra de La Vanguardia. Esta
vez al Dr. Alejandro Jadad, médico especialista en el dolor, cuidados
intensivos, paliativos
Inquieto, incapaz de dejar de hacerse preguntas y rápido,
muy rápido. Su currículo es inmenso, fundador del Centro (de referencia
mundial) de Innovación en Salud Global de la Universidad de Toronto, y de la
escala de Jadad, la herramienta más utilizada para evaluar la calidad de los
ensayos clínicos en el mundo. Pionero en el tratamiento y estudio del dolor,
lidera la Iniciativa Global para una Buena Muerte. Reconceptualizó el concepto
de salud y de felicidad. Según la revista Times es uno de los diez hispanos más
influyentes del mundo. Pero nada de eso le acomoda. Hace un par de años este
vitalista publicó El festín de nuestra vida, que resume su filosofía
entusiasta. La UOC acaba de investirle doctor honoris causa.
54 años. Nací en
Medellín y vivo en Toronto, donde soy profesor de la universidad y un preguntón:
soy investigador. Casado, tres hijas, dos nietos y una familia por elección.
Debemos unirnos para defender la vida. Creo en la humildad de aceptar que
podemos creer cualquier cosa.
La persona más
importante de nuestra vida somos nosotros mismos. Tenemos una voz interna que
siempre está ahí, orientándonos, pero la ignoramos.
Una voz muy loca a veces.
O muy cuerda. Se trata del mí, no del yo, que es
el responsable de todos nuestros apegos y una carga muy fuerte. El mí es el que
siente. ¿Qué pasaría si tu yo se comunicara con tu mí?
¿No se comunican?
Es una conversación
eternamente pendiente que uno aplaca conversando con los otros. Da miedo
hacerse ciertas preguntas. Y además enfatizamos el ver para creer, cuando en
este momento deberíamos revertirlo.
¿Creer para ver?
Sí, creer en otras
posibilidades, tanto personal como colectivamente, porque los modelos de vida
que tenemos nos están haciendo más daño que beneficio. Yo provengo del sector
de la salud, que en realidad es el de la enfermedad, y soy docente en un
sistema que uniformiza.
Esto sí es autocrítica...
El sistema sanitario
nos enferma y nos mata, el educativo nos embrutece, el financiero nos
empobrece, el alimentario nos envenena y el político nos oprime. Debemos
reimaginar, repensar, reconectar. Las preguntas son esenciales.
¿Cuál es su pregunta?
A nivel personal, cómo
ser libre (es decir prescindible) y cómo morirme tranquilo, las dos cosas que
más miedo nos dan.
Es muy abstracto.
Siendo médico, cómo
conseguir que la población esté más sana sin mí que conmigo. A nivel de
especie, cómo conseguir alinear nuestras necesidades con la conciencia de ser
parte de un superorganismo que va más allá de la Tierra y que no entendemos.
Cierto.
Somos muy arrogantes
como especie, y probablemente lo que más nos ayudaría es la aceptación de
nuestra insignificancia, naturaleza efímera y dependencia.
¿Cuándo empezó su cuestionamiento?
Cuando era pequeño mis
padres se estaban separando y discutían. Me sentía muy solo, pero un día oí mi
voz interna, me di cuenta de que no estaba solo y comencé a preguntarme cosas.
Una de sus preguntas, qué es la salud, le
llevó a liderar un estudio internacional.
Era algo que me había
cuestionado y en un evento en la OMS levanté la mano y lo pregunté. La OMS la
definía como un estado de completo bienestar físico, mental y social…, pero
¿quién tiene eso?... Allí estaba la editora del British Medical Journal, que me
propuso comenzar una conversación global para averiguarlo.
¿Qué concluyeron?
Que más que una
condición debería de ser una habilidad para adaptarnos y gestionar los desafíos
físicos, mentales y sociales, y eso nos abre la posibilidad de aprender a ser
saludables como sociedad, de enfocarnos en ello. Creer para ver.
¿No estamos enfocados en ello?
Vemos la salud como la
ausencia de enfermedad, y ese combate contra la enfermedad nos lleva a una
paradoja: los efectos secundarios de los medicamentos, las complicaciones de
las intervenciones y los errores son la segunda o tercera causa de muerte en
los humanos.
También preguntó a sus colegas si querrían
morir como sus pacientes.
Sí, en un congreso
internacional sobre cuidados paliativos, una de mis áreas, y nadie levantó la
mano. Eso me llevó a otro gran estudio cuyo resultado es que queremos morir en
casa, sin dolor y rodeados de nuestros seres queridos, y a una iniciativa
global para una buena muerte.
Usted simuló su propia muerte.
Superé un diagnóstico
de cáncer (2008) y decidí prepararme para la muerte. Me metí en el ataúd. Mi
familia cargó el cetro. Escogí mi música fúnebre con la que me despierto a
diario.
Poderoso revulsivo contra el desánimo.
Dediqué tiempo a mis
remordimientos, a pedir perdón, a agradecer, a enfrentar las frustraciones. “Si
tuvieras la oportunidad de repetir indefinidamente tu vida sin poder cambiar
nada, ¿querrías?”, preguntó Nietzsche.
¿Quién quiere eso?
Nadie, cierto, pero a
mí me sirvió para decirme: A partir de ahora viviré de tal manera que si me
dieran esa oportunidad diría que sí. Ese fue el gran cambio, y me busqué
cómplices para conseguirlo: mi esposa, mis hijas, mi equipo.
¿Qué les pidió?
Franqueza, que me
digan lo que no deseo escuchar. Todos tenemos puntos ciegos en los que no somos
capaces de ver cómo nos dañamos y dañamos a los demás. Les pedí que me guiaran
para ser mejor compañero, padre, médico. Nos sentamos una vez al mes para
hablar de ello.
¿Y qué ha aprendido?
Que hay mucho por
desaprender, pero la mayoría son aprendizajes inconscientes, y por tanto sólo
nos queda saber cuál es nuestro norte.
¿Y cuál es su polo magnético?
Consciente de que hay que
tomar decisiones en la incertidumbre, sólo hago lo que me hace sentirme
tranquilo y libre.
Póngame un ejemplo.
Todo lo que tengo cabe
en dos maletas. Hace diez años, mi familia y yo probamos de vivir ligeros de
equipaje. Nos gustó. Vendimos nuestra casa y lo regalamos todo. Le damos valor
a lo que queremos darle valor, todo es un símbolo.
¿Cómo lograrlo a nivel colectivo?
Tenemos de todo en
abundancia, salvo dinero, que está diseñado para generar escasez.
(Mil gracias a Pili)
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