lunes, 28 de septiembre de 2015

La paradoja de nuestro tiempo


(Imagen de google)



La paradoja de nuestro tiempo en la historia es que
tenemos edificios más altos pero templos más pequeños,
autopistas más anchas, pero puntos de vista más estrechos.
Gastamos más pero tenemos cada vez menos,
compramos más, pero gozamos menos.
Tenemos casas más grandes y familias más pequeñas,
cosas más convenientes pero menos tiempo.
Más educación y menos sentido común,
más conocimiento pero menos juicio,
más expertos y más problemas,
más medicina pero menos bienestar.

Bebemos demasiado,
fumamos mucho,
gastamos sin medida,
reímos muy poco,
manejamos demasiado rápido,
nos enfurecemos con demasiada facilidad,
nos acostamos muy tarde,
nos levantamos muy cansados,
leemos muy poco,
vemos demasiada televisión
y casi nunca rezamos.

Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero reducido nuestros valores.  
Hablamos demasiado, amamos muy poco y odiamos con demasiada facilidad.

Hemos aprendido cómo ganarnos la vida, pero no a disfrutarla.
Hemos añadido años a la vida pero no vida a los años.
Hemos ido y vuelto a la luna pero no podemos cruzar la calle para conocer a un vecino.
Hemos conquistado el espacio exterior pero no el interior.
Hemos hecho cosas más grandes, pero no mejores.
Hemos limpiado el aire pero no el alma.
Hemos conquistado el átomo, pero no nuestros prejuicios.
Escribimos mucho, pero aprendemos poco.
Planeamos más, pero logramos menos.

Hemos aprendido a hacer las cosas más rápido, pero no a tener más paciencia.
Tenemos ganancias más altas, pero moral más baja.
Más alimento y menos paz.
Construimos más computadores para guardar más información, 
no obstante nos comunicamos menos que nunca.
Esta es la época de la paz mundial y de la guerra doméstica;
Tenemos más tiempo libre y menos diversión;
Más tipos de comida y menos nutritivas;
comida rápida y pobre digestión;
Ingresos conjuntos y más divorcios,
Casas más bellas, pero más hogares rotos.
Grandes hombres y mujeres pero caracteres pequeños.
Grandes ganancias y relaciones superficiales.
Es una época de viajes rápidos, pañales desechables, moralidad en decadencia, 
pasiones de una noche, cuerpos con sobrepeso y pastillas que hacen de todo, 
desde alegrarte, hasta calmarte y matarte.
Es la época en la tenemos todo en la vidriera y nada en el almacén.

ESTE ES MOMENTO PARA REFLEXIONAR Y CAMBIAR

Recuerden pasar tiempo con sus seres queridos, porque no van a estar ahí para siempre.

Recuerden decir una palabra amable al niño los mira maravillado, porque esa persona crecerá y seguirá su camino.

Recuerden dar un caluroso abrazo a alguien cercano, porque es ése el único tesoro que pueden dar con el corazón y no cuesta un centavo.

Recuerden decir “te quiero” a su pareja y a sus seres queridos, pero sobre todo, quiéranlos.  
Un beso y un abrazo curan heridas cuando se dan desde el interior.

Recuerden tomarse de las manos y agradecer cada momento porque quizás algún día esa persona no estará ahí.

¡Tómense tiempo para amar, tómense tiempo para hablar!  
Y tómense tiempo para compartir los preciosos pensamientos de su mente.

(Dr. Bob Moorehead)

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mente y corazón


"La mente crea el abismo.
El corazón lo cruza."

(Nisargadatta Maharaj)


lunes, 21 de septiembre de 2015

Un relato del Buda

(Imagen de Google)


Hace un tiempo, Inma me envió (mil gracias) esta bonita historia que quiero compartir:

“Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó lo escupió y le arrojó tierra.

Buda salió del trance al instante y, con una sonrisa plácida, envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido.

Buda percibió en un instante la totalidad de la situación, ordenó a los discípulos que soltaran al hombre y se dirigió a este con suavidad y convicción diciéndole:

-“Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida.

Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto o si el ver la unidad en todo es sólo un engaño de la mente”.

Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente, llenos de culpa, cada uno percibiendo la lección de grandeza del maestro y tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna.
A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida: “No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a Usted”.

Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Usted es libre de quedarse con nosotros ya mismo; pero no puedo perdonarlo”

El hombre muy compungido, le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió: “Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, es quien puede perdonar, después de haber odiado o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida”.
Y continuó: “No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me haya herido, sólo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, sólo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.”

El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita: “Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor y les va a gustar mucho que usted les pida perdón. En su ignorancia se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentirse reasegurado en su ego culposo y, así, más o menos, todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque como si nada hubiera pasado.”

Y así fue.”

sábado, 19 de septiembre de 2015

Nevera comunitaria


(Un hombre en Arabia Saudí 
instala una nevera comunitaria 
en el exterior de su casa 
y pide a los vecinos que donen 
su comida extra para que 
las personas necesitadas 
puedan comer 
sin tener que mendigar).

Me parece una grandísima idea...

(Muchas gracias a Cristina por la imagen)

lunes, 14 de septiembre de 2015

La mordedura de la serpiente



Hace unos días vi la película “Mi mejor maestro”, basada en un libro de Wayne Dyer, cuyo final me dejó pensando pues propone una idea que me pareció interesante. En un momento dado, Ryan Kilgore (el protagonista, que está basado en el propio Dyer) comenta que estuvo conviviendo con una tribu indígena (no recuerdo si especifica cuál) y que de ellos aprendió algo importante, en concreto una reflexión sobre la mordedura de la serpiente.

Cuando te muerde una serpiente –le dijeron- lo que te mata no es dicha mordedura sino el veneno que ésta introduce en tu cuerpo y que se va extendiendo por él hasta terminar con tu vida, a no ser que encuentres un antídoto o que, de alguna forma, consigas asimilarlo.
Kilgore hace, entonces, un paralelismo entre la mordedura de la serpiente y los conflictos entre los seres humanos. Así pues, el conflicto en sí no es tan importante, lo grave es el veneno –en forma de ira, odio, celos, y un largo etc.- que dejas que se vaya filtrando por todo tu cuerpo hasta llegar a tus huesos, a tu sangre, a tu corazón. La alternativa no es luchar contra ese veneno o intentar negarlo y esconderlo, sino encontrar su utilidad, descubrir qué te está enseñando, aprender cómo puede ayudarte a cambiar, a crecer, a mejorar.

Evidentemente, lo primero es –como siempre- dejar de mirar hacia fuera, de señalar con el dedo, y empezar a mirar hacia dentro. Reconocer sin miedo la emoción que nos invade, agradecerla y, después, empezar a trabajar con ella. No parece tan complicado, ¿verdad?