(Imagen de Simonas Valatka)
Me hubiera gustado descubrir antes que todas las emociones
son válidas. Me hubiera gustado que alguien me dijera que en algún momento
sentiría una tristeza que me partiría en dos, una ira que me provocaría
estallidos, un odio que me oscurecería el corazón o un miedo que atenazaría
todos los músculos de mi cuerpo. Pero me contaron que esas eran emociones
prohibidas, que estaba feo sentirlas, que una persona “buena” no podía vivirlas.
Y, así, pasó que cuando sentí tristeza pensé que debía
borrarla, cuando sentí ira me avergoncé de mí misma, cuando sentí odio hubiera
querido morirme y cuando sentí miedo me quedé paralizada. Y oculté todas las
emociones oscuras para que no dejaran de quererme –para no dejar de quererme-,
para hacer creer al mundo que no eran propias de mí, engañándome
–evidentemente- solo a mí misma.
Hasta que un día comprendí que la ira, el odio, el miedo o la
tristeza formaban parte de mí y que era necesario conocerlas y vivirlas porque
también tenían mucho que enseñarme. Pero, ¿cómo vivirlas sin dejarme atrapar
por ellas? En mi caso, lo primero fue reconocerlas. Y eso -tengo que
confesarlo- fue un shock. Yo, “tan buena”, resultaba que sentía odio en lo más
profundo de mi ser. Lo segundo fue no juzgarlas, ni juzgarme. Simplemente
decir, ok, aquí está el odio. Me fue muy útil el poema de Rumi que colgué hace
unos días, pues lo tercero consistió en comprender que tenían algo que contarme.
Y después de pararme, reconocer, no juzgar y comprender, me di cuenta de que la
emoción se desvanecía –se iba igual que había venido- y de que me invadía una
paz nueva. Una paz hecha de comprensión, compasión y empatía. Por mí misma y
por los otros.
Pensamos que debemos ser perfectos y creemos que la
perfección supone estar exentos de oscuridad. Así, nos olvidamos de que somos humanos
y de que, justamente por eso, tendremos momentos de luz y de sombra, pero
solamente (re-)conociendo ambos aspectos de nuestra personalidad, tendremos la
posibilidad de elegir, llegado el momento, hacia dónde queremos caminar. Ya que,
en realidad, nuestro verdadero Ser está más allá –mucho más allá- de luces y de
sombras.
Que bonito Super Helen !!!! Muchas gracias y espero llegar ahi algun día,
ResponderEliminarMaraya
Maraya!!!!! Qué ilusión tu comentario. Yo también espero llegar ahí algún día ;-) porque no es un estado permanente (aún!!!!) sino un trabajo constante… En ello estamos y tú eres una de mis grandes compañeras de camino. Love you!!! Un abrazo enorme.
EliminarEs realmente profundo y hermoso. Se nota que nace del corazón. Gracias por compartir tu interior con nosotros, eso te hace grande. Mil besos :-*
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Elena, por tu apoyo y cariño constante. Un abrazo inmenso.
EliminarGracias por compartir!! Besitos
ResponderEliminarGracias a ti por la visita y el comentario, Priscila. Un beso grande.
EliminarInteresante y sincero.
ResponderEliminarUn placer conocerte,
Besos
tRamos
Igualmente, Tramos. Gracias por la visita y el comentario. Besos.
EliminarGracias. Tres hurrassss y una ola gigante para la tristeza, el odio y el miedo pues.....Estamos vivooosssss!!!!!
ResponderEliminarjajjajajajjaa, y viva el entusiasmo!!!! ;-)
EliminarEs curioso y vuelvo a contarlo cuando te visito siempre encuentro una respuesta o una señal de que el camino en el que transito es el correcto. Un brindis por estar vivos. un saludo y gracias Elena.
ResponderEliminarBrindo contigo, Leonor, y te agradezco la compañía y el cariño que siempre traes en tus visitas. Un fuerte abrazo.
EliminarUna reflexión que agradecerte, Elena. Tan atinada como siempre oportuna.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, Thorongil. Un abrazo fuerte.
EliminarMe encanta, Elena.
ResponderEliminarEs una preciosidad de texto. Claro como la mente que empieza a alcanzar la transparencia, directo como la persona que integra lo que va con ella y tierno como el junco que sabe que la flexibilidad conlleva mirar el entorno sin tanto juicio.
Todos somos iguales, todos estamos en el mismo punto. ¿Cómo puede ser que no enseñen en los colegios que la perfección es justamente el mal del ser humano? La perfección que nos han enseñado conlleva rigidez, negación, mentira, dureza y sumisión. ¿Hacia donde queremos andar?
Muchas gracias, Inma!!! Buena pregunta, deberíamos plantearnos hacia dónde queremos andar. Y abandonar esa perfección que se basa en la exigencia constante, con uno mismo y con los otros. Reconocer y aceptar nuestra humanidad. Y es básico enseñarlo desde bien pequeñitos porque luego llegas a los cuarenta y tantos y empiezas a ver la de tiempo que te has castigado por no encajar en las expectativas de no sé quien… ufff, qué complicado nos lo ponemos. Un beso enorme.
Eliminar