El otro día hablaba con una amiga sobre el efecto que
nuestras acciones tienen en nuestro entorno. Creo –y me parece que esto lo he
leído u oído en algún sitio- que nuestros actos siempre derivan en una onda,
que se va expandiendo y acaba llegando a lugares que ni sospechamos. Como dice la
wikipedia, una onda es “la propagación de una perturbación de alguna propiedad
del espacio” e implica “un transporte de energía sin transporte de materia”. Me
gusta la idea. Así, cuando yo actúo con
amor, expando dicha energía, y, en cambio, si mis acciones nacen del odio, la
energía que proyecto es la opuesta. Y lo sorprendente es que nunca sabré hasta dónde llega dicha
energía expansiva.
El mismo tema salió el pasado martes, en mi última clase del
año. Una vez más, hablábamos sobre la situación de los Derechos Humanos. Y, una
vez más, nos dimos cuenta de cuánto trabajo nos queda por hacer. A nosotros, sí.
A todos y cada uno de nosotros. Tras analizar lo poco que se cumple la
Declaración de 1948, volví a insistir a mis alumnos en que el trabajo es
nuestro. “¿Qué piensas hacer tú?”,
les preguntaba. Y, uno de ellos, me emocionó con su respuesta: “Es cierto, hay que empezar por uno mismo,
por lo que hace en su entorno, con su familia, sus amigos, con la gente que se
cruza por la calle pero también consigo mismo. Y, después, si se puede, ir más
allá. Como decía aquella canción de Michael Jackson,” I’m starting with the man
in the mirror” (empiezo con el hombre en el espejo)”.
Yo también lo creo. Hay que empezar a expandir el amor a partir del
hombre o la mujer del espejo. Y, después, ir ampliando el círculo. Como dicen
por ahí… el cielo es el límite.
Que grande la respuesta de tu alumno ,realmente aunque el telediario asuste hay mucha esperanza en las personas abrazos;)
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Mart! Muchas gracias por tu visita y tu comentario. Un abrazo y felices fiestas. <3
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