(Imagen de Gede Lila Kantiana)
Los que seguís este blog ya sabéis que mis sobrinos son, para
mí, dos grandes maestros. Inés tiene ocho años, Joan tiene seis. Ellos han sido
protagonistas de algunas de mis entradas favoritas. Con ellos organicé un día
una fiesta imaginaria, a ellos les hablé del duende burbujero...
Ahora sucede algo que me resulta curioso. Me he dado cuenta
de que nos observamos mutuamente. Yo los observo porque no quiero dejar de aprender,
porque quiero mantener viva esa inocencia de la infancia. Ellos me observan
justamente por lo contrario, porque quieren crecer muy rápido, dejar atrás sus
cosas de niños y ser tratados como adultos. Uno de los grandes dilemas que
tenemos es la discusión sobre si existen o no las cosas imposibles. Yo les digo
que no hay nada imposible pero ellos, sobre todo Inés, no deja de ponerme
ejemplos de cosas que -ella lo tiene claro- son imposibilísimas. La brecha es
grande. Ellos quieren dejar de creer -supongo que sienten que eso les hace
adultos- y yo, en cambio, quiero volver a hacerlo -o no quiero dejar de
hacerlo-.
La otra tarde alguien me "riñó" por estar
escuchando "canciones de niños" y me quedé pensando en este tema. En
cómo, en un momento de nuestra vida, para sentirnos adultos nos alejamos de la
inocencia, perdemos la fe y la ilusión, empezamos a creer que hay cosas
imposibles, comenzamos a juzgar y, poco a poco, sin apenas darnos cuenta, nos
alejamos de nuestro propio corazón. Lo envolvemos en una coraza impenetrable y
no dejamos que se cuele ni una emoción.
Y sin embargo –y aquí viene la buena noticia- este no es un
proceso irreversible. La ilusión que un día tuviste sigue dentro de tu corazón,
envuelta en una coraza tal vez, pero aguardando a que derribes tus murallas
para volver a brillar. Eso sí, nadie lo puede hacer por ti… ¿A qué estás esperando?
(Imagen
de Petr Šerlovský)
No deberíamos perder nuestra "magia"; o al menos, ser totalmente conscientes de que es recuperable. ¿qué bonito lo has dicho, guapa!
ResponderEliminarGracias, Samotracia. Totalmente de acuerdo, deberíamos conservarla y, si no es así, luchar por recuperarla. Un abrazo grande.
EliminarEstábamos esperando a leer a fairy Hellen. :)
ResponderEliminarVoy a por los cuentos de Hoffman, (sin importar en que forma...) a modo de piqueta!!!
Besos****
:-) un abrazo gigante, Cristal!!! Aquí tienes un link a un cuento de Hoffmann, El hombre de arena: http://es.wikisource.org/wiki/El_hombre_de_arena
EliminarLove you!
Nuestros niñ@s interiores conviven con nosotr@s mism@s de nosotr@s depende que la inocencia nos acompañe. muy buena entrada :) gracias por compartir y besos y abrazos para nuestr@s niñ@s interiores.
ResponderEliminarMuchas gracias, Leonor. Me alegra que te haya gustado la entrada. Un beso de mi niña a tu niña. Muy grande. ;-)
EliminarTotalmente de acuerdo. Nos enseñan a ser "niños grandes" antes de tiempo. Quizá deberíamos mantenernos tercos e intentar hacerle más caso a esa vocecilla inocente en nuestro interior.
ResponderEliminarUn besito, guapísima.
Otro besito para ti, querida Siberiana. Me gusta la idea de una vocecilla inocente en nuestro interior, está ahí, nunca se pierde…. Muaks
Eliminar¡¡¡¡¡que buenas noticias¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarla piqueta que has puesto en mi camino,lo reafirma...............
que lindo la segunda inocencia
agradezco la grazia de vivir con inocencia.
besos pa too
er cocinero
Jajajjajaaa, un abrazo grande, cocinero!!
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