El domingo entré en la habitación donde, de momento, están guardadas todas mis cosas. Y me dio un vuelco el corazón. Llevo 9 meses viviendo sin ninguna de todas estas cosas. ¿Realmente las necesito?
Los seres humanos tenemos la extraña costumbre de acumular y acumular como si nos fuera la vida en ello. No sé muy bien por qué esto es así. Quizás, inconscientemente, pensamos que el lastre, de alguna forma, da más solidez a nuestros pasos sobre la tierra, que nuestra huella es más profunda y será más duradera. O, quizás, no pensamos nada, y simplemente amontonamos, por costumbre, por dejadez, por inercia. Ante estas dos opciones, mi fe en el ser humano me hace preferir la primera que, al menos, podría tener una disculpa de tipo psicológico (el miedo a la muerte, a la desaparición de lo que eres y esas cosas relacionadas con el ego, que se escapan de mi campo de conocimiento... ¿alguna sugerencia,
Alhy?).
Sin embargo, la vida nos da constantes pistas de la plenitud que se encuentra en el viajar ligero de equipaje. En este sentido, creo que nunca he sido más feliz que en mi primer recorrido por la India. Llevaba una maleta pequeña, con tres pantalones, cuatro camisetas, ropa interior y -eso sí- tres libros. Y no eché nada de menos...
Mi recién recuperado amigo Nacho, me envió hace unos días un power point que se llamaba "El principio del vacío", de Joseph Newton. Una reflexión interesante sobre el hecho de acumular tanto objetos como dinero u otras cosas por miedo a necesitarlas en el futuro. Y sobre la importancia de deshacerse de todo lo inútil, con el objetivo de hacer espacio para que cosas nuevas puedan llegar a tu vida.
Guardar te encadena. Aunque no te des cuenta -o, quizás por eso,- las cosas de las que no te quieres o no te puedes deshacer te hacen su esclavo. La buena noticia es que, en realidad, necesitas poco. Muy pero que muy poco.