(Imagen de Ana Jiménez)
Hoy quiero compartir la interesante
entrevista que Ima Sanchís hizo, el pasado mes de febrero, a Carmen Durán, psicóloga
especializada en psicoanálisis y Gestalt,
para La Contra de La Vanguardia:
Se ha ocupado de uno de nuestros
tormentos: El sentimiento de culpa
(Kairós), a veces un cruel carcelero, pero necesario para restaurar relaciones,
y cuyo manejo es esencial para tener serenidad: "El problema es que a
menudo no nos aceptamos". Nos advierte del excesivo peso de la razón, de
la cabeza, en nuestras vidas, de que cualquier cosa que hagamos difícilmente
funcionará si no está involucrada la emoción, y me manda un enlace a una
conferencia de Ken Robinson sobre cómo las escuelas matan la creatividad (TED
2006) priorizando la cabeza (lengua y matemáticas) en lugar de apoyar las
capacidades individuales. "Esa excesiva dirección dice la psicóloga es
una invasión de su identidad que acabará pasando factura".
Carmen Durán: Mi madre murió muy
joven, y cumplir años me parece un regalo. De Cádiz, vivo en Madrid. Casada,
tres hijos y siete nietos (otro regalo). La mejor herencia que podemos dejar es
la sanidad y educación que habíamos conseguido y que se nos está yendo de las
manos. Me siento cerca de la filosofía advaita.
¿Hay alguien que no se sienta culpable?
Cualquier psicópata.
No somos los autores de nuestra vida...
Cierto, tan
sólo somos un vehículo desde el que la vida se expresa.
¿Y eso no nos exculpa?
Nos libera de
la culpa tóxica, de los hechos que escapan a nuestra voluntad, pero no de ser
consecuentes con nuestra conciencia.
Aun así el sentimiento de culpa persiste.
La
autoexigencia excesiva, el perfeccionismo, provoca mucha culpa e impide la
felicidad. Nos hace muy intolerantes fuera y dentro.
Sin esa exigencia tampoco avanzamos.
El avance tiene
más que ver con la rebeldía que con la exigencia. Nos exige adaptarnos a un
entorno, cumplir requisitos intelectuales y nos implanta una moral que, si la
siguiéramos al pie de la letra, no habría evolución.
La autoexigencia también nos hace levantarnos por la mañana.
Eso, cuando
estamos deprimidos. Si estamos bien, el impulso natural hacia la vida nos lleva
a desarrollar nuestras capacidades y potencial en todos los planos. Eso de que
somos vagos y que si no nos exigimos no llegamos a ninguna parte forma parte de
la mentira de la educación.
¿Tiene algún lado positivo la culpa?
Sí, el deseo de
reparar el daño es necesario para la solidaridad, es el que nos salva de
nuestra naturaleza destructiva.
¿Cómo vivir en paz con uno mismo?
Aceptándonos
tal como somos y aceptando que la vida es cambio. A veces uno ha de reconocer
que no es tan simpático como se cree ni tan generoso... Todo remite a los
límites del yo, es decir: lo que creemos que deberíamos ser y lo que en
realidad somos.
¿Tenemos que aprender a negociar con nuestro Pepito Grillo?
Sí, porque nos
avisa si nos estamos metiendo en un camino peligroso, pero no hay que caer en
el autocastigo. Se ve muy claro en las adicciones. Cuando recaemos, nos dice:
"Has caído en lo de siempre, inútil!", y el remordimiento puede
llevarnos al "de perdidos, al río".
Hay que ser autoindulgente.
Hay que
negociar con la culpa: "Una vez más he fallado, pero voy a seguir
intentándolo".
Habría que intentar no enseñar a los niños el autocastigo.
Sí, es muy
importante, eso de sentarlos en el rincón a pensar es convertir el pensar en un
castigo. Los niños se lo toman todo de forma literal. Si le dices: "Has
vuelto a romper un vaso, eres un torpe", eso le producirá desconfianza en
sí mismo y se observará y autocastigará.
¿Se cura con los años?
Interiorizamos
los personajes que ha habido en nuestra infancia, construimos un escenario
interno donde representamos todos los papeles, somos simultáneamente el niño
castigado, la madre castigadora, el padre severo, el maestro indiferente, y nos
castigamos a nosotros mismos con mucha más crueldad de lo que pueda suponer
cualquier castigo externo.
Me niego a aceptar que somos la consecuencia de lo que hicieron con
nosotros.
Observar que
estamos reaccionando según un patrón antiguo, identificar nuestros
condicionamientos, nos permite cambiarlos, pero el carácter es muy difícil de
modificar, y tampoco tiene sentido. A menudo la culpa está ligada al orgullo:
nos pedimos a nosotros mismos cumplir una serie de normas autoimpuestas y nos
castigamos con el "debería haber hecho...".
Hay que asumir los límites personales.
Eso facilita la
tolerancia hacia uno mismo y hacia los demás. Llevamos un libro de cuentas
interno en el que apuntamos lo que supuestamente la vida nos debe: "aquel
jefe que me trató mal", "la profesora que fue injusta conmigo",
"mi amiga que me traicionó"...todo va ahí como si la vida nos lo
debiera.
Cierto.
Y eso es algo
que podemos cerrar y empezar a vivir con lo que hay. Una de las torturas de la
culpa es que no podemos reparar el pasado, así que debemos aceptarlo y, en todo
caso, hacer actos que compensen ese error.
El saco de las culpas se va llenando de pequeños actos miserables
cotidianos.
En ese
cotidiano pesa mucho el narcisismo, aquello en lo que he fallado de mi imagen
adquiere más importancia que el daño hecho; no somos tan importantes.
Ojalá llegues a ser el que eres, decía Píndaro.
Es lo máximo a
lo que uno puede aspirar. La salud mental no es sólo la carencia de síntomas,
es haber desarrollado plenamente tu potencial.
Nos pasamos la vida enjuiciando.
Hay que
detectar y aparcar el juicio a uno mismo y a los demás. Todo lo que percibimos
confirma nuestras creencias, es decir, si mi creencia es que la gente me
agrede, sólo me fijaré en eso y no en la gente que es amable conmigo.
Elegimos una realidad de las posibles.
Nos han
enseñado que somos nuestra cabeza. Vemos el cuerpo como una posesión, y las emociones,
como intrusos que nos perturban. Esa educación nos hace ser más enjuiciadores
de lo que seríamos si simplemente conectáramos emocionalmente con la gente. La
cabeza aleja.
Nos dividimos en víctimas o narcisos.
En nuestra
cultura, el narcisismo está en todos los modelos, porque también en la víctima
hay un sentirse mejor que otros, con más mérito, porque sufro más.
(Muchas gracias a Inés)
No me canso de decirte que siempre que te visito aprendo algo y es un placer. Gracias Elena.
ResponderEliminarPues yo no me canso de darte las gracias, Leonor ;-)
EliminarDe verdad, mil gracias a ti!!
Un abrazo fuerte.