"Defender la alegría como un principio... defender la alegría como una bandera... defender la alegría como un destino... defender la alegría como una certeza... defender la alegría como un derecho" (Mario Benedetti)
jueves, 28 de abril de 2016
lunes, 25 de abril de 2016
Dichoso aquel que ama mucho
Hoy quiero dedicar la entrada a un buen amigo del Periódico de las Buenas
Noticias.
Para José María Piera, gracias por tu
generosidad y tu apoyo.
Desde allá donde estés, no dejes de enviarnos tu grandísima luz.
"Supe que ser amado no es nada, que amar, sin embargo,
lo es todo. Y creí ver cada vez más claro que lo que hace valiosa y placentera
la existencia es nuestro sentimiento y nuestra sensibilidad. Donde quiera que
viese en la tierra algo que pudiera llamarse “felicidad”, ésta se componía de
sentimientos. El dinero no era nada, el poder tampoco. Veía a muchos que
poseían ambas cosas y eran desdichados. La belleza no era nada; veía a hombres
y mujeres bellos, que a pesar de toda su belleza eran desdichados. Tampoco la
salud contaba demasiado. Cada cual era tan sano como se sentía; había enfermos
que rebosaban de vitalidad hasta poco antes de su fin, y personas sanas que se
marchitaban, angustiadas por el temor de sufrir. La dicha, sin embargo, siempre
estaba allí donde un hombre tenía sentimientos fuertes y vivía para ellos, sin
reprimirlos ni violarlos, sino cuidándolos y disfrutándolos. La belleza no
hacía feliz al que la tenía, sino al que sabía amarla y venerarla.
Aparentemente existían muy diversos sentimientos, pero en el
fondo todos eran uno. A cualquiera de ellos puede llamársele voluntad o
cualquier otra cosa. Yo lo llamo amor. La dicha es amor y nada más. El que es
capaz de amar es feliz. Todo movimiento de nuestra alma en el que ésta se
sienta a sí misma y sienta la vida, es amor. Por tanto es dichoso aquel que ama
mucho. Sin embargo, amar y desear no es exactamente lo mismo. El amor es deseo
hecho sabiduría; el amor no quiere poseer, sólo quiere amar. Por eso también
era feliz el filósofo que mecía en una red de pensamientos su amor al mundo y
que lo envolvía una y otra vez con su red amorosa."
(Hermann
Hesse: “Obstinación”)
jueves, 21 de abril de 2016
lunes, 18 de abril de 2016
Detectar y aparcar el juicio
(Imagen de Ana Jiménez)
Hoy quiero compartir la interesante
entrevista que Ima Sanchís hizo, el pasado mes de febrero, a Carmen Durán, psicóloga
especializada en psicoanálisis y Gestalt,
para La Contra de La Vanguardia:
Se ha ocupado de uno de nuestros
tormentos: El sentimiento de culpa
(Kairós), a veces un cruel carcelero, pero necesario para restaurar relaciones,
y cuyo manejo es esencial para tener serenidad: "El problema es que a
menudo no nos aceptamos". Nos advierte del excesivo peso de la razón, de
la cabeza, en nuestras vidas, de que cualquier cosa que hagamos difícilmente
funcionará si no está involucrada la emoción, y me manda un enlace a una
conferencia de Ken Robinson sobre cómo las escuelas matan la creatividad (TED
2006) priorizando la cabeza (lengua y matemáticas) en lugar de apoyar las
capacidades individuales. "Esa excesiva dirección dice la psicóloga es
una invasión de su identidad que acabará pasando factura".
Carmen Durán: Mi madre murió muy
joven, y cumplir años me parece un regalo. De Cádiz, vivo en Madrid. Casada,
tres hijos y siete nietos (otro regalo). La mejor herencia que podemos dejar es
la sanidad y educación que habíamos conseguido y que se nos está yendo de las
manos. Me siento cerca de la filosofía advaita.
¿Hay alguien que no se sienta culpable?
Cualquier psicópata.
No somos los autores de nuestra vida...
Cierto, tan
sólo somos un vehículo desde el que la vida se expresa.
¿Y eso no nos exculpa?
Nos libera de
la culpa tóxica, de los hechos que escapan a nuestra voluntad, pero no de ser
consecuentes con nuestra conciencia.
Aun así el sentimiento de culpa persiste.
La
autoexigencia excesiva, el perfeccionismo, provoca mucha culpa e impide la
felicidad. Nos hace muy intolerantes fuera y dentro.
Sin esa exigencia tampoco avanzamos.
El avance tiene
más que ver con la rebeldía que con la exigencia. Nos exige adaptarnos a un
entorno, cumplir requisitos intelectuales y nos implanta una moral que, si la
siguiéramos al pie de la letra, no habría evolución.
La autoexigencia también nos hace levantarnos por la mañana.
Eso, cuando
estamos deprimidos. Si estamos bien, el impulso natural hacia la vida nos lleva
a desarrollar nuestras capacidades y potencial en todos los planos. Eso de que
somos vagos y que si no nos exigimos no llegamos a ninguna parte forma parte de
la mentira de la educación.
¿Tiene algún lado positivo la culpa?
Sí, el deseo de
reparar el daño es necesario para la solidaridad, es el que nos salva de
nuestra naturaleza destructiva.
¿Cómo vivir en paz con uno mismo?
Aceptándonos
tal como somos y aceptando que la vida es cambio. A veces uno ha de reconocer
que no es tan simpático como se cree ni tan generoso... Todo remite a los
límites del yo, es decir: lo que creemos que deberíamos ser y lo que en
realidad somos.
¿Tenemos que aprender a negociar con nuestro Pepito Grillo?
Sí, porque nos
avisa si nos estamos metiendo en un camino peligroso, pero no hay que caer en
el autocastigo. Se ve muy claro en las adicciones. Cuando recaemos, nos dice:
"Has caído en lo de siempre, inútil!", y el remordimiento puede
llevarnos al "de perdidos, al río".
Hay que ser autoindulgente.
Hay que
negociar con la culpa: "Una vez más he fallado, pero voy a seguir
intentándolo".
Habría que intentar no enseñar a los niños el autocastigo.
Sí, es muy
importante, eso de sentarlos en el rincón a pensar es convertir el pensar en un
castigo. Los niños se lo toman todo de forma literal. Si le dices: "Has
vuelto a romper un vaso, eres un torpe", eso le producirá desconfianza en
sí mismo y se observará y autocastigará.
¿Se cura con los años?
Interiorizamos
los personajes que ha habido en nuestra infancia, construimos un escenario
interno donde representamos todos los papeles, somos simultáneamente el niño
castigado, la madre castigadora, el padre severo, el maestro indiferente, y nos
castigamos a nosotros mismos con mucha más crueldad de lo que pueda suponer
cualquier castigo externo.
Me niego a aceptar que somos la consecuencia de lo que hicieron con
nosotros.
Observar que
estamos reaccionando según un patrón antiguo, identificar nuestros
condicionamientos, nos permite cambiarlos, pero el carácter es muy difícil de
modificar, y tampoco tiene sentido. A menudo la culpa está ligada al orgullo:
nos pedimos a nosotros mismos cumplir una serie de normas autoimpuestas y nos
castigamos con el "debería haber hecho...".
Hay que asumir los límites personales.
Eso facilita la
tolerancia hacia uno mismo y hacia los demás. Llevamos un libro de cuentas
interno en el que apuntamos lo que supuestamente la vida nos debe: "aquel
jefe que me trató mal", "la profesora que fue injusta conmigo",
"mi amiga que me traicionó"...todo va ahí como si la vida nos lo
debiera.
Cierto.
Y eso es algo
que podemos cerrar y empezar a vivir con lo que hay. Una de las torturas de la
culpa es que no podemos reparar el pasado, así que debemos aceptarlo y, en todo
caso, hacer actos que compensen ese error.
El saco de las culpas se va llenando de pequeños actos miserables
cotidianos.
En ese
cotidiano pesa mucho el narcisismo, aquello en lo que he fallado de mi imagen
adquiere más importancia que el daño hecho; no somos tan importantes.
Ojalá llegues a ser el que eres, decía Píndaro.
Es lo máximo a
lo que uno puede aspirar. La salud mental no es sólo la carencia de síntomas,
es haber desarrollado plenamente tu potencial.
Nos pasamos la vida enjuiciando.
Hay que
detectar y aparcar el juicio a uno mismo y a los demás. Todo lo que percibimos
confirma nuestras creencias, es decir, si mi creencia es que la gente me
agrede, sólo me fijaré en eso y no en la gente que es amable conmigo.
Elegimos una realidad de las posibles.
Nos han
enseñado que somos nuestra cabeza. Vemos el cuerpo como una posesión, y las emociones,
como intrusos que nos perturban. Esa educación nos hace ser más enjuiciadores
de lo que seríamos si simplemente conectáramos emocionalmente con la gente. La
cabeza aleja.
Nos dividimos en víctimas o narcisos.
En nuestra
cultura, el narcisismo está en todos los modelos, porque también en la víctima
hay un sentirse mejor que otros, con más mérito, porque sufro más.
(Muchas gracias a Inés)
jueves, 14 de abril de 2016
lunes, 11 de abril de 2016
Cuanto más feliz eres, mejor es tu mundo
Creemos
que tenemos que trabajar para ser felices, pero ¿no podría ser a la inversa? En
esta charla en TEDxBloomington, el psicólogo Shawn Achor afirma que en realidad
la felicidad nos hace más productivos. No es más feliz quien tiene menos
problemas si no quién es capaz de gestionarlos mejor a nivel práctico y
emocional. La felicidad sólo depende de la forma en que somos capaces de
gestionar internamente nuestro mundo.
(Si no os aparecen los subtítulos
en español, se pueden configurar en la ruedecita que está debajo del vídeo).
(A través de FeldenkraisBarcelona, muchas gracias)
jueves, 7 de abril de 2016
lunes, 4 de abril de 2016
"El viaje" de Mary Oliver
(Imagen de Andric Ljubodrac)
El viaje
Un día supiste por fin
lo que tenías que hacer, y empezaste,
aunque a tu alrededor las voces
seguían gritando
sus malos consejos ---
aunque toda la casa
empezó a temblar
y sentiste el antiguo tirón
en los tobillos.
“¡Arreglame la vida!”
gritaba cada voz.
Pero no paraste.
Sabías lo que tenías que hacer,
aunque el viento hurgaba
con sus dedos rígidos
en las bases mismas ---
aunque su melancolía
fuese terrible. Ya era bastante
tarde, y una noche salvaje,
y la calle llena de ramas
caídas y de piedras.
Pero de a poco,
mientras dejabas las voces atrás,
las estrellas empezaron a arder
entre las sábanas de nubes,
y había una voz nueva,
que lentamente
reconociste como tu propia voz,
que te acompañaba
mientras te adentrabas más y más
en el mundo,
decidida a hacer
lo único que podías hacer --- decidida a salvar
la única vida que podías salvar.
(Mary Oliver)
The Journey
One day you finally knew
what you had to do, and began,
though the voices around you
kept shouting
their bad advice - - -
though the whole house
began to tremble
and you felt the old tug
at your ankles.
'Mend my life!'
each voice cried.
But you didn't stop.
You knew what you had to do,
though the wind pried
with its stiff fingers
at the very foundations - - -
though their melancholy
was terrible.It was already late
enough, and a wild night,
and the road full of fallen
branches and stones.
But little by little,
as you left their voices behind,
the stars began to burn
through the sheets of clouds,
and there was a new voice,
which you slowly
recognized as your own,
that kept you company
as you strode deeper and deeper
into the world,
determined to do
the only thing you could do - - - determined to
save
the only life you could save.
(Mary Oliver)
(Mil gracias a Julia)
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