Voy a tomarme unas mini vacaciones pero no quiero despedirme
sin dejaros un vídeo que me ha enviado Alhy (mil gracias). Es el discurso
final de la genial película de Chaplin, El
gran dictador, y quiero compartirlo hoy aquí por que, además de parecerme
magnífico, es absolutamente actual.
¡¡Que paséis un buen verano!!
“Lo siento, pero no quiero ser emperador. Eso no me va. No quiero gobernar o conquistar a nadie.
Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos y a gentiles; a
negros y a blancos. Todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos
somos así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No
queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para
todos. Y la buena tierra es rica
y puede proveer a todos.
El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos
perdido ese camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo
barricadas de odio, nos ha llevado a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado
la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La
maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra
ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de
sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que maquinaria,
necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía.
Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.
El avión y la radio nos han acercado entre nosotros. La
verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama
por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora,
mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de
hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los
hombres y encarcela a personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les
digo: “No desesperéis”.
La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de
la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso
humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que
arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y en tanto los hombres den la vida por
ella, la libertad no ha de perecer.
¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os
desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas y os dicen qué
hacer, qué pensar o qué sentir! Que os obligan ha hacer la instrucción, que os
mal alimentan, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón.
¡No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia
y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor
de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son
amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!
¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad!
En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el
reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de
hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el
poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el
pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de
esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia,
empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un
mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la
juventud un futuro y a los ancianos seguridad.
Prometiendo todo esto, las bestias han subido al poder. Pero
mienten. No han cumplido esa promesa. ¡Ni la cumplirán! Los dictadores se dan
libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar
el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la
codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón,
un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos
nosotros. ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos!”