"Defender la alegría como un principio... defender la alegría como una bandera... defender la alegría como un destino... defender la alegría como una certeza... defender la alegría como un derecho" (Mario Benedetti)
(La
imagen me la ha prestado Inés, de su colección de hadas…)
Ayer estaba viendo una de esas películas románticas y cursis
que –para qué nos vamos a engañar- me encantan, y ya casi me caía la lagrimita
cuando se planteó una pregunta que siempre me ha motivado: “¿y si?”.
Una pregunta que supone el inicio de cualquier aventura… ¿y
si?
¿Y
si lo intentas y sale bien?
¿Y
si lo dices y te responden igual?
¿Y
si apuestas y ganas?
A veces, no actuamos por miedo al “si no”. Pero, en realidad…
¿qué pasa “si no”? La buena noticia es que tampoco pasa nada. Aprendes (o no) y
sigues adelante.
Pero…
¿y si lo intentas y tu sueño se hace realidad?
Bruna me envió (mil gracias) el otro día el vídeo perfecto
para esta entrada. Ahí va...
Gracias a mi compañero David, el jueves pasado proyectamos en Altaïr un documental que me impactó: “Los olvidados de los olvidados”, la historia de un hombre que, un día, se preguntó: ¿Qué es lo que yo puedo aportar? Y, a partir de ese día, Grégoire Ahongbonon, de profesión mecánico, decidió dedicarse a una misión: rescatar, curar y reinsertar en la sociedad a aquellos que padecen enfermedades mentales en África, muchos de ellos, encadenados -y no es un eufemismo- de por vida. El documental es realmente sobrecogedor pero pone en evidencia algo muy importante: el esfuerzo, la constancia –y la fe- de un solo hombre puede cambiar las cosas para muchos de los que le rodean. Hoy, Grégoire Ahongbonon se ha convertido en un caso de estudio para los psiquiatras occidentales que “alucinan” con la forma en que, con “su método”, consigue tan buenos resultados.
¿Te has preguntado qué podrías hacer tú con tu esfuerzo, tu constancia -y tu fe-? Desde el jueves –o tal vez desde mucho antes- yo me lo estoy preguntando. A veces me enfado conmigo misma. Me enfado porque me quedo atascada en mis pequeñas miserias y me olvido de que el mundo es grande y de que hay muchas personas que podrían necesitar, por ejemplo, mi sonrisa. Luego me reconcilio. Porque recuerdo que enfadarse no sirve para nada y decido que si Grégoire Ahongbonon está cambiando el mundo para cientos de personas, quizás yo también tengo algo que aportar a algunos de los que me rodean. Y eso es también una muy buena noticia. Sólo hace falta ponerse en marcha, empezar a caminar...
Necesitamos gente que tenga ilusión. Necesitamos gente que se atreva a luchar. Necesitamos gente que no se dé por vencida. Gente alegre, que baile, que cante, que comparta. Gente que quiera ser feliz. Necesitamos soñadores.
Por que, a veces, el mundo parece hostil, el camino se hace cuesta arriba y los fantasmas (internos o externos) nos atropellan. Siempre son necesarios pero es, en estos momentos, cuando los soñadores son indispensables.
Hace ya un tiempo descubrí una web que me encantó, La Tierra de los Sueños, un magnífico lugar donde tienen cabida los sueños de todos y donde nos cuentan historias de personas que han hecho realidad los suyos o están camino de hacerlo. No os podéis perder su página. Entre otras muchas historias interesantes, allí encontré este precioso vídeo, titulado “Vendedor de sueños”.
Es importante soñar. Es imprescindible tener sueños. Como dice Eduardo Galeano, “el derecho de soñar no figura entre los 30 derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas pero si no fuera por él, por el derecho de soñar y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed”.
Y, para terminar, quiero compartir la historia de Emmanuel Kelly que soñaba con ser cantante profesional y cuya vida es un ejemplo de superación que me emociona cada vez que vuelvo a escucharla.
La buena noticia es que los soñadores somos muchos. “Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros y el mundo vivirá como uno solo”. Necesitamos soñadores, sí. Y necesitamos estar unidos.
A causa de una conversación que tuve esta semana y después de que cayera en mis manos, justamente esta semana, una frase de Samuel Beckett sobre el tema, llevo varios días pensando acerca del fracaso.
“Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”, dice Beckett. La cita me encantó y empecé a preguntarme: ¿existe realmente el fracaso?, ¿qué es el fracaso?
Según la RAE, es el “resultado adverso de una empresa o negocio, la caída o ruina de algo, un suceso lastimoso”. Siendo así, yo podría decir que he pasado por muchos -muchísimos- fracasos en mi vida. Fracasos laborales, escolares, fracasos en la amistad, fracasos -¡cómo no!- en el amor…
Pero dándole vueltas al tema, resulta que no estoy muy convencida de que todo eso hayan sido realmente fracasos. Y, entonces, sigo preguntándome, ¿qué es realmente un fracaso? O, ¿qué es, para mí, fracasar?
Yo creo que fracasar es quedarse aterrorizado cuando las cosas no salieron como esperabas, esconderse, asustarse, dejar de intentarlo. Por miedo, por orgullo, por negligencia. Eso es, para mí, fracasar. Dejar de luchar por tus sueños, conformarte con menos de lo que te mereces, resignarte, rendirte. Eso es el fracaso. Todo lo demás son intentos, más o menos brillantes, por alcanzar el infinito. ¿Que un intento no salió como esperabas? Insiste, insiste y sigue insistiendo. Si tus sueños, si lo que buscas alcanzar está al nivel de tu corazón, por mucho que te pierdas en el camino, por muchas caídas, por muchos tropiezos, acabarás llegando a casa. Así pues, no te rindas. Sabes que no hay fracaso… sigue adelante.