Bueno pues, con la que está cayendo, mucha gente me ha pedido
que retome El Periódico de las Buenas
Noticias y he decidido tal vez no reiniciarlo pero sí escribir una entrada
extra, con la intención de compartir algunas reflexiones que espero sirvan a
alguien.
Ante la situación que nos encontramos, lo que más me ha
llamado la atención es la respuesta de la gente que -dejando aparte los
chistes-, básicamente, podemos dividir en dos actitudes: los que la consideran
un drama y los que la ven como una oportunidad. La versión “drama” se basa en
la premisa que afirma que existe una conspiración, que todos nos vamos a
contagiar, que muchos vamos a morir, que estaremos tristes, que vendrá una
grandísima crisis económica, etc. La versión “oportunidad” sostiene en cambio que,
cuando volvamos a la vida “normal”, habremos aprendido mucho gracias a esta
situación y seremos más generosos, sonreiremos más a menudo y, sobre todo,
valoraremos lo que hasta ahora dábamos por sentado: los abrazos y los besos, la
amistad, la familia, la naturaleza, etc. Los partidarios de cada una de ellas,
además de tener y compartir cientos de evidencias que las apoyan, coinciden,
curiosamente, en algo: su clarividencia acerca del futuro.
Bien sabéis que yo soy de tendencia optimista aunque trato
también de ser un poco realista. Y, sinceramente, ninguna de estas versiones me
convence. Claro, es más bonito pensar que, cuando acabe el confinamiento, todos
seremos buenos y hermosos (y no lo digo por la cantidad de alimentos que
estamos ingiriendo…), pero, ¿a quién queremos engañar?
En definitiva, sea lo que sea lo que nos traiga el futuro
–que encararemos lo mejor que podamos cuando llegue-, estamos haciendo lo que
siempre hacemos: posponer. Seré feliz cuando llegue el viernes, cuando tenga
pareja, cuando consiga un buen trabajo, cuando, cuando, cuando… Ambas versiones
nos alejan del presente, de lo que hago hoy, de lo que siento hoy, de cuánto
amor comparto HOY.
Entiendo que es difícil, que nos paralizan con el miedo, que
nos despistan con lo que perderemos o ganaremos, que nos atontan con mensajes
contradictorios: que enviemos cartas a los hospitales, que si no llegan, que si
hay un hacker, que apaleemos la cacerola, que cosamos mascarillas (bravo por
los que lo hacen), que no, que Amancio Ortega ya las entregará, que el rey dice
o no dice lo adecuado, que el político de turno se aprovecha de la situación,
que sí, que no… Que dejemos de una vez de dar vueltas y vueltas sobre lo que
pasa fuera y estudiemos lo que está pasando dentro, en nuestra casa, en nuestro
corazón, en nuestra mente. ¿Cómo la alimentamos?, ¿qué leemos, qué escuchamos?
¿Son mensajes de miedo –o de una de sus facetas, el odio- o son mensajes de
amor? Y, después, ¿qué compartimos? De nuevo, ¿son mensajes de miedo o son de
amor? Sí, sí, con los que opinan como yo soy genial, y el resto ¿qué?, ¿cómo me
refiero a los que han votado lo contrario?, ¿a los que piensan diferente?
Estamos llenos de opiniones y vivimos en el futuro porque nos asusta afrontar el presente.
Porque vivir en el ahora es aceptar lo que está pasando, sea lo que sea, aunque
nos rompa el corazón; es abrazar –respetar- al otro, piense lo que piense,
aunque nos resulte incomprensible. Es más fácil señalar, criticar y dedicarse a
divagar acerca del mañana, ese mañana que nos sacará de pobres, de solos, de
tristes… no, señores, no, nadie nos sacará de nada, aquí el trabajo lo tiene
que hacer uno. Y empieza por mirarse sin ambages en el espejo, arremangarse y
ponerse manos a la obra: se trata de reparar el corazón, el propio, no el de
nadie más. Y si todos y cada uno nos ponemos a ello, el futuro, llegue cuando
llegue, no tengo duda de que será brillante.
Dice Gloria Fuertes en el poema que acompaña a esta entrada
que, a pesar de lo que le exigían desde fuera, ni se subió al carro ni lo
empujó, sino que se sentó en la cuneta –donde, seguramente, se dedicaría a
recomponer su corazón (perdonadme por esta osada interpretación del texto)- y
que finalmente, cuando llegó el momento, el camino floreció.
No digo que no tengamos esperanza en un futuro más bonito,
digo que dejemos de fabular sobre lo que nos traerá o nos quitará y que nos pongamos, desde hoy, a construirlo.