(Imagen de Metin Demiralay)
Por algún extraño motivo nos sucede a menudo que creemos
tener las respuestas perfectas o las soluciones correctas para resolver las
vidas o los problemas de los otros. Hablaba el otro día con mi amigo Miguel
sobre la violencia, pero no la violencia física y evidente sino la sutil y
psicológica. Sin querer, sin darnos cuenta, muchas veces somos violentos con
las personas que nos rodean. Porque intentamos imponerles nuestra opinión,
porque queremos que sigan nuestro camino, porque estamos convencidos de que
tenemos la solución a sus problemas o sabemos exactamente cómo deben hacer lo
que deben hacer. Y no nos contentamos con sugerirlo, muchas veces lo exigimos.
A nuestras parejas, hijos, hermanos, padres, amigos o conocidos.
Sobre este tema, leía el otro día una frase muy interesante
de Antonio Blay: “Hemos de salvar a los
demás de nuestra idea de su bien. La persona que ha conseguido unos resultados
de una manera, tiende a querer imponer a los otros ese mismo bien, y eso puede
ser una auténtica agresión mental. Hay que tener un respeto infinito por el
derecho de cada persona a vivir su propia vida, a desarrollarse según su modo
particular. El bien nunca se debe desear de una manera concreta”.
En ocasiones, pensando que hacemos bien, damos un consejo que
no nos han pedido, opinamos cuando no nos han preguntado o reclamamos una forma
de actuar concreta. Y eso es, sin duda, una forma de violencia.
Una de las mejores sugerencias que me han hecho en la vida es:
“Elena, ocúpate de lo tuyo”. Como muchas veces es doloroso y difícil mirar
hacia dentro, se nos escapa la vista hacia fuera y organizamos las vidas de los
otros con gran alegría y soltura. Siempre tenemos algo que decirles, algo que
arreglarles o algo que aconsejarles antes que enfrentarnos a todo lo propio que
tenemos por solucionar. La buena noticia es que si cambias tú, cambia todo a tu
alrededor, por lo tanto, quizás lo mejor sea que te ocupes de lo tuyo y que dejes
que el mundo –y los que te rodean- encuentren su camino. De su forma, a su
manera.
*** Evidentemente, no estoy hablando de llevar una vida
egoísta sin pensar para nada en los otros ni ayudar o estar ahí cuando haga
falta sino, sencillamente, de respetar con humildad el camino y el proceso de
los que te rodean, recordando que no puedes entender ni juzgar a nadie “si no
has caminado una milla en sus zapatos”.