(Imagen a través de Xaxor)
A mí
no se me ha muerto la esperanza
Amor, a mí no se me
ha muerto la esperanza,
no lo digo vencedor,
no lo digo poderoso,
no lo digo como un
conjuro,
como falso testimonio
o como estandarte,
tampoco lo digo
como un malabarista
en la carpa del circo,
como el centro del
universo al margen de sus rutas
o como el intocado
por las dentelladas de la vida,
no lo digo acaso en
un instante de júbilo,
ni siquiera lo digo
con el optimismo
necesario a los comienzos.
A mí no se me ha
muerto la esperanza,
lo digo como quien
afirma
una elemental
condición del ser humano,
lo digo con la
tristeza y el miedo a las espaldas,
lo digo con la
incertidumbre
del que sabe
que aún no han sido
derrotados
la insatisfacción y
el hastío,
lo digo con la
madurez
del que no ignora
que el fracaso, la
frustración
y la amargura
le tocarán la puerta
todavía
como insepultos
guerreros de un tiempo sepultado.
A mí no se me ha
muerto la esperanza,
ni una sola de las
tantas veces
en que muero vivo,
cuando alguno
con mi propio rostro
me abandona,
cuando alguno al que
sostuve
me niega el apoyo de
su brazo,
cuando el más cercano
me injuria, me
desconoce o me deshace.
A mí no se me ha
muerto la esperanza,
la justicia mayor
está presente
aunque coexistan en
su prado mezquinas injusticias,
éste es el tiempo del
amor,
y el amor
va haciendo ronda a
ronda
su fiel cosecha.
A mí no se me ha
muerto la esperanza,
la esperanza soy yo,
porque la esperanza
es mi pueblo
y yo le pertenezco,
yo que también
tropiezo,
asumo errores,
rectifico,
y para limpiarme
los pulmones
respiro hondo
y sigo hacia adelante
porque sé,
que en este mundo
poco a poco más
limpio,
hay que tener corazón
para el
desgarramiento inevitable
y corazón roturado
para la siembra de
confianza
y alegría.
A mí no se me ha
muerto la esperanza,
porque la muerte no
es mi vocación,
porque no le conozco
un rostro definitivo
a no ser el rostro
múltiple de nuestras multitudes,
porque no acepto más
voluntad
que mi terca voluntad
de alzar junto a otras manos
voluntariosamente
tercas,
la tierra fecunda,
todopoderosa,
irrenunciable
del amor.
Francisco Garzón Céspedes
(A
través del blog Con el verso en la voz)