Entonces me puse trascendente, voy a desear -para mí y para el mundo- Sabiduría, Amor, Paz… Pero, de nuevo, me entraron las dudas. ¿Cómo sé yo que lo que estoy viviendo no es, realmente, lo mejor para mí?, ¿que lo que sucede en el mundo no servirá de enseñanza para alguien? ¿Cómo puedo tener el orgullo de pensar que la vida no es perfecta tal cual es? Y, ¿cómo estar segura de que los procesos que yo estoy viviendo y los caminos que estoy recorriendo no son los que necesito para aprender, para crecer, para llegar a ser la mejor Elena que puedo llegar a ser?
La Sabiduría, ¿cómo me va a venir de golpe?, ¿no es mejor que crezca, día a día, enraizando de forma sólida y profunda en mi corazón? Y lo mismo el Amor o la Paz. Me di cuenta, así, de que el ser humano –al menos yo- necesita convivir con la oscuridad para ser capaz de encontrar la luz. Si todo me fuera dado sin ningún esfuerzo por mi parte, ¿sería realmente capaz de valorarlo?
Vaya que, al final, las luchas entre mi orgullo y mi humildad hicieron que Juan se fuera a Tierra Santa sin mis papelitos. Pero a mí me sobrevino una absoluta y enorme paz. Sabiendo –por fin- que lo que estoy viviendo en este momento es lo que tengo que vivir, que lo que me sucede es lo que mi alma necesita experimentar. Siempre he dicho que la vida es más sabia que yo pero, ahora, además me lo creo…
La buena noticia es justamente esa, que lo que te está pasando, por duro, doloroso o feliz que te pueda parecer, es lo que necesitas vivir para ser la gran persona que un día, tal vez, llegarás a ser.
“Érase una vez, un poblado que tenía entre sus habitantes a un anciano muy sabio. Los habitantes confiaban en este hombre para que diera respuestas a sus dudas y preocupaciones.
Un día, un hombre fue a ver al sabio y le dijo con tono de agitación: “Anciano ha pasado algo terrible, mi buey ha muerto y no puedo arar la tierra de mi campo, esto es lo peor que podía pasarme".
El sabio le respondió: “Puede que sí, puede que no”.
El hombre se apresuró a informar a la aldea que el sabio se había vuelto loco porque sin duda esto era lo peor que le podría haber sucedido. ¿Por qué el sabio no lo veía así?
Al día siguiente, un caballo fuerte y joven fue visto en las cercanías del campo del hombre. Debido a que el hombre no tenía buey para arar su campo, se decidió a capturar el caballo para reemplazar al buey muerto. ¡Y así lo hizo! Qué contento estaba el hombre, nunca fue tan fácil arar su campo. Volvió a visitar al anciano para pedirle disculpas: “Anciano, tenías razón que la muerte del buey no era lo peor. Fue una bendición. ¿Piensas que esto es lo mejor que podía pasarme?”
El anciano le contestó: “Puede que sí, puede que no”.
Otra vez no, pensó el granjero. Ahora sí que el anciano se ha vuelto loco.
Pocos días más tarde, el hijo del granjero, salió a montar el caballo. Este lo arrojó al suelo y el chico se rompió una pierna. No podría ayudar en la cosecha. “¡Oh no! pensó el granjero, ahora moriremos de hambre”.
Una vez más, acudió al sabio y le preguntó: “¿Cómo sabías que la captura de mi caballo no era algo bueno? Has tenido la razón otra vez. Ahora estoy seguro que esto es realmente lo peor que me puede haber pasado”.
Pero el anciano lo volvió a mirar y, con tono paciente, le dijo: “Puede que sí, puede que no”.
Enfurecido a causa de lo que creía ignorancia del anciano, el hombre volvió al pueblo muy enojado.
Al día siguiente, llegaron soldados para llevarse a todos los hombres jóvenes físicamente capaces, a la guerra que acababa de estallar. El hijo del granjero fue el único joven que no tuvo que marcharse. Todos murieron en combate…”