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viernes, 30 de diciembre de 2016

Mis propósitos de año nuevo

(Imagen de Metin Demiralay)


Este año me propongo aceptar.
Aceptar lo que soy. Aceptar lo que siento. Aceptar mis aciertos y mis errores. Este año me propongo dejar de intentar encajar en patrones que no son los míos, que no los quiero, ni los siento, ni los necesito. Este año me propongo dejar de ejercer violencia sobre mi cuerpo y sobre mi mente.

Este año me propongo reflexionar.
Reflexionar para descubrir por qué hago lo que hago; escuchar mis intuiciones, mis lágrimas, mis risas, y saber qué es lo que realmente quiero, qué me mueve, qué me emociona, qué me hace feliz. Este año me propongo no desviarme de ese camino.

Este año me propongo agradecer.
Agradecer cada latido. Agradecer todo lo que traiga con él. Cada aprendizaje, cada dolor, cada alegría, cada momento. Sin juzgar. Sin pensar que las cosas deberían ser diferentes. Este año me propongo reconocer y corresponder.

Este año me propongo, ante todo, amar.
Porque el tiempo se agota,
porque la gente se marcha,
porque –al final- sólo eso cuenta.


¡Feliz Año Nuevo!

Elena

lunes, 26 de diciembre de 2016

Trenza tu tristeza


(Imagen de Candelaria Rivera)


“Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo; había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta entre tus manos- me decía- porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa; y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo.

Cuando te sientas triste niña, trénzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza. Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole.

Que no te agarre desprevenida la melancolía mi niña, aun si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia. No la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo. Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza…

Y mañana que despiertes con el canto del gorrión la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello. Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza…”

(Paola Klug )



(A través de Marta, mil gracias)

lunes, 19 de diciembre de 2016

La onda que proyectas



El otro día hablaba con una amiga sobre el efecto que nuestras acciones tienen en nuestro entorno. Creo –y me parece que esto lo he leído u oído en algún sitio- que nuestros actos siempre derivan en una onda, que se va expandiendo y acaba llegando a lugares que ni sospechamos. Como dice la wikipedia, una onda es “la propagación de una perturbación de alguna propiedad del espacio” e implica “un transporte de energía sin transporte de materia”. Me gusta la idea. Así,  cuando yo actúo con amor, expando dicha energía, y, en cambio, si mis acciones nacen del odio, la energía que proyecto es la opuesta. Y lo sorprendente es que nunca sabré hasta dónde llega dicha energía expansiva.

El mismo tema salió el pasado martes, en mi última clase del año. Una vez más, hablábamos sobre la situación de los Derechos Humanos. Y, una vez más, nos dimos cuenta de cuánto trabajo nos queda por hacer. A nosotros, sí. A todos y cada uno de nosotros. Tras analizar lo poco que se cumple la Declaración de 1948, volví a insistir a mis alumnos en que el trabajo es nuestro. “¿Qué piensas hacer tú?”, les preguntaba. Y, uno de ellos, me emocionó con su respuesta: “Es cierto, hay que empezar por uno mismo, por lo que hace en su entorno, con su familia, sus amigos, con la gente que se cruza por la calle pero también consigo mismo. Y, después, si se puede, ir más allá. Como decía aquella canción de Michael Jackson,” I’m starting with the man in the mirror” (empiezo con el hombre en el espejo)”.

Yo también lo creo. Hay que empezar a expandir el amor a partir del hombre o la mujer del espejo. Y, después, ir ampliando el círculo. Como dicen por ahí… el cielo es el límite.




jueves, 15 de diciembre de 2016

Si fluye





(A través de Sandra, mil gracias)

lunes, 12 de diciembre de 2016

El científico y el santo



“No busques descanso en ningún placer, porque no fuiste creado para el placer: fuiste creado para la DICHA. Y si no conoces la diferencia entre placer y dicha espiritual, todavía no has empezado a vivir.”
(Thomas Merton)

“Las palabras no pueden describir la felicidad del que ha limpiado sus impurezas mediante la contemplación y se ha unido con su Atman. Solo los que sienten esa felicidad saben lo que es.”
(Maitri Upanishad)


Plantea Avinash Chandra, en su libro “El científico y el santo. Los límites de la ciencia y el testimonio de los sabios” que “la pérdida de la religión tradicional y del sentido de lo sagrado han sumido a Occidente —y, poco a poco, al resto del mundo— en una crisis existencial sin precedentes.” Asegura que la ciencia no puede presentar una visión del mundo completa, debido a sus muchas limitaciones, y que es urgente que recuperemos “el sentido místico de la existencia”, apoyándonos en la filosofía perenne –esas verdades comunes de todas las épocas y todas las culturas- que “proporciona una base sólida para la superación personal”.

El significado de la vida no puede hallarse mediante el estudio del mundo exterior, sino profundizando en la consciencia, en el mundo interior del ser humano, en el mundo en el que se sumergieron los santos y sabios. Este libro, que trae a sus páginas una cantidad impresionante de citas de científicos, pensadores y santos de todas las tradiciones, es una llamada a la dimensión interior, a la mística que representa el corazón...

Un libro completísimo, interesantísimo y necesario. 
No os lo perdáis.



domingo, 11 de diciembre de 2016

lunes, 5 de diciembre de 2016

De repente



(Imagen a través de Favim)


“De repente todo se vuelve tan simple que asusta.
Perdemos las necesidades,
se reduce el equipaje.
Las opiniones de los otros,
son realmente de los otros,
incluso si son sobre nosotros; no importa.
Abandonamos las certezas
porque ya no estamos seguros de nada.
Y no nos hace falta.
Vivimos de acuerdo con lo que sentimos.
Dejamos de juzgar,
porque ya no hay bien o mal,
sino más bien la vida que eligió cada uno.
Finalmente entendemos
que todo lo que importa
es tener paz y tranquilidad,
es vivir sin miedo,
es hacer lo que alegra el corazón
en ese momento.
Y nada más.
Cuando descubrimos todo eso
es cuando llega la satisfacción plena.
La verdadera felicidad.”


(Anónimo)