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lunes, 28 de noviembre de 2016

Que sea posible



Hace unos años, cuando mi sobrina Inés era muy pequeña y aún creía que todo era posible, decidimos que iríamos juntas de viaje al centro de la tierra, y estábamos tan contentas que hasta hicimos una lista de todo lo que allí encontraríamos. Después, esa lista se convirtió en uno de los microrrelatos de Historias que acaban aquí. Y algo más tarde, mi amigo, el grandísimo Rafael Turia, lo grabó con su maravillosa voz:


Esto me ha venido hoy a la cabeza porque son las dos de la mañana y estoy sentada en el sofá, mirando un cuarzo preciosísimo que encontré recientemente y que tiene un arcoíris alucinante en su interior. Como mi día ha sido un poco extraño, he pensado que podría meterme dentro de ese arcoíris, y explorar todos los mundos secretos que guarda.

Y, entonces, me doy cuenta: uno de los grandes regalos que me ha dado la vida es la capacidad de soñar y la certeza de que esos sueños pueden llegar a hacerse realidad.

Soñar que todo puede ser mejor.
Creer que es posible.
Saber que es posible.
Y hacer… que sea posible.


jueves, 24 de noviembre de 2016

La Sangha




(A través de Juan, mil gracias)


lunes, 21 de noviembre de 2016

El caparazón de la langosta


Magda compartió el otro día (mil gracias) una interesante metáfora, explicada por el rabino Abraham J. Twerski, sobre el estrés y cómo éste debería lograr “hacernos crecer”. Me pareció muy interesante, aquí os la dejo.




"La langosta es un animal suave y pulposo que vive dentro de un caparazón rígido. Ese caparazón no se expande. Entonces ¿Cómo crece la langosta? Bueno, mientras la langosta crece, el caparazón se vuelve un gran límite y la langosta se siente bajo mucha presión e incómoda. Se va debajo de una formación de piedras para protegerse a si misma de los depredadores, deja su caparazón y produce uno nuevo. Eventualmente ese caparazón también se vuelve muy incómodo cuando crece, entonces regresa a las rocas y cambia nuevamente su caparazón. Y la langosta repite esto varias veces. El estímulo que permite a la langosta crecer es el sentirse incómoda. Ahora, si las langostas tuvieran doctor, nunca crecerían, porque cuando se sintieran incómodas, irían para conseguir un "valiumm" o un "percocettt" y todo estaría bien. Nunca se quitarían el caparazón. Así que debemos darnos cuenta que los tiempos de estrés, también son signos de crecimiento y si utilizamos la adversidad de manera correcta, podemos crecer a través de la adversidad..."

lunes, 14 de noviembre de 2016

Poesía de la vida



Hace unos meses, Alfredo me envió (mil gracias) el link a un texto que había oído en la radio ese domingo. Lo leía Andrés Aberasturi e iba dedicado a su hijo. A Alfredo le pareció fantástico. A mí también. Aquí lo tenéis:

Poesía de la vida

“Pese a todo, hijo, este mundo es hermoso y la gente es buena. Ya sé que no va a ser fácil convencerte, que lo que ves cada día en los informativos es mucho peor que lo que aparece en las películas de miedo, pero piensa en todo lo que no aparece. Piensa en todo lo que no es noticia, y que es lo que realmente llena la vida. Piensa que por cada terrorista armado hay cientos, miles de hombres y mujeres pacíficos que intentan vivir pidiendo y ofreciendo paz. No es todo terrible, no es todo injusto.

Pero si te confieso todo esto, si te aseguro que este mundo es hermoso y que la gente es buena, no lo hago ni para tranquilizar tu dolor ni para que entierres la rabia que te habita. No debes conformarte con lo que hay, ni levantar los hombros y esperar que otros carguen con la tarea de mejorar el mundo. En eso estamos todos, en eso deberíamos estar todos. Y no sólo cuando la sangre tiñe de rojo unos trenes de cercanías, la redacción de una revista o una sala de fiesta. Tampoco creas que sólo los fanáticos son los culpables. Lo son, claro que lo son, pero tienen cómplices que trafican con su fe engañada, con su pobreza, que les venden las armas, que les prometen paraísos que no existen, que desde despachos impolutos delimitan fronteras entre pueblos expoliados, que para mantener el equilibrio de los mercados, no dudan en proteger gobiernos que exhiben impúdicamente su riqueza mal repartida mientras todos miramos hacia otro lado. Pues a pesar de todo, es necesario convencerse de que este mundo es hermoso y que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, la inmensa mayoría de esos seres que lo habitan, sólo quieren el pan de cada día y la bendita paz que algunos ni siquiera conocen.

Debes creerme, hijo, porque si no fuera así, no te dolería la injusticia y te acomodarías en tu bienestar y abandonarías la rabia que ahora sientes. Y si eso pasara, les estarías dando la razón a los que matan. Y, porque no la tienen, llénate de ira ante el horror y únete a los hombres y mujeres que no piden venganza sino justicia.”

(Andrés Aberasturi)



* Si quieres escucharlo, aquí tienes el link al programa “No es un día cualquiera”, de rtve.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Hallelujah




“Cuando algo se dice de cierta manera que parece envolver al cosmos, tu corazón y todos los corazones se involucran. La soledad se disuelve, y uno siente que es esta criatura doliente en medio de un cosmos doliente, y el dolor se vuelve aceptable, no solamente aceptable, es como si hubieras abrazado al sol y la luna."

(Leonard Cohen)


jueves, 10 de noviembre de 2016

lunes, 7 de noviembre de 2016

Tu verdadero valor



El otro día, encontré este cuento en la web de Salva y a él me gustaría dedicárselo.

Buen viaje, Salva…



“Hace mucho tiempo, un joven discípulo acudió a su maestro en busca de ayuda.

-Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien- asintió el maestro.

Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y, como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.”